En la reunión todos hablaron,
todos nos miramos.
En ronda, como un ritual en medio de un bosque con una gran fogata en el centro,
dijeron sus nombres reales. Nos miramos tanto que ya no había cielo, hasta que las voces comenzaron a sonar como una serenata interminable.
Fue mi turno y fue pesado. Un espacio que no tenía fin comenzaba a rodearme, como un polvo amarillo pastel que solo me dejaba ver las miradas frías hasta que me encontré con la mía y el calor del sol. Relaté la explosión que no tiene tiempo en mi interior y todos callaron.
Nadie sabe nada de nadie.
Nadie sabe de vos y aún así te abrazan, vulnerables, con el calor que sea y te entregan la piel que los protege.
Confesé mi miedo sin miedo y todo se atenuaba lento. Las miradas fueron más.
Las miradas no se fueron. Sentí algo nuevo y que no sabía que necesitaba.
Me uní a una especie de secta para no entenderlo sola.
Me encontré de nuevo, en otro lugar.
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mente fértil gc