Alrededor mío, Las Violetas me envuelven entre vitrales religiosos con una naturaleza extravagante y tan real que siento extrañeza, melancolía, misterio y olor añejo. Frente a mi, el ave que siempre me sacude: el pavo real, me encandila entre tanta realeza, sutileza y espesor. Como el café que acaba de llegar, espeso en su voluntad de saborear mi paladar y yo a ese océano de cafeína, vainilla y canela. Me sumerjo en su elegancia, entre su estilo italiano tan argento. Siento que estar aquí es una de las tantas formas de escaparme del mundo que frecuento y así acercarme a mi mente que me encuentra siempre. Y huelo el olor a canela. Mesa ovalada como el corazón, según ilustra la ciencia. Tapiz rojo que me recuerda al color que no me atrapa. Pero este lugar si lo hace, me amarra a esta silla de tapizado sobrio. Las flores y aquellas luces, las voces entre bocados se descubren y permanecen etéreas. No me siento en Buenos Aires, no lo sé. Fuera de este lugar no hay vitrales, pero la elegancia es distinta. Las voces son distintas y el aire también. Lo que está afuera no lo creo, por eso comencé a escribir este libro aquí, bienvenidos.
Me pregunto, ¿qué tan difícil es transitar una avenida en llamas de voces y caras, de automóviles y movimientos desesperantes en una ciudad que estalla las veinticuatro horas completas? La furia no descansa y me lleva a buscar en el mapa como situarme con calma, porque nada se ve claro. Nada me conforma. Nada se escucha claro aquí.
Me pregunto, ¿qué tan difícil sería encontrar un cielo vidriado y grabado en colores, que oriente las miradas hacia el cielo, frenando el paso y pausando movimientos con bocas de asombro?
¿Qué tan difícil sería sentir Las Violetas en el exterior del corazón cada día a toda hora?
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Mente fértil gc