—Que hiriente que sos —le dijo mientras la miraba a los ojos frente al rayo de sol.
—No se trata de herir, Renzo, se trata de ser sincera. No puedes sentir dolor por lo que no te importa. No sos sincero conmigo porque nunca supe lo hay dentro tuyo —le respondió ella mientras se apretaba las manos.
—No le mientas más a tu corazón, por favor te lo pido —susurró bajito, en su oído derecho, mientras la abrazaba cubriendo todo su torso.
—Yo te quiero de verdad y no hay manera de que puedas sentirlo. Ya no más —mirándolo, Julia, con sus ojos brillantes de amor que explotaban por dentro, se fué de nuevo con sus pasos más firmes y esa herida, supurando recuerdos, que logrará sanar.
No se puede elegir de quien enamorarse, pero sí con quién quedarse. No sé si se trata de una ley de vida, escrita por alguien que tenía el corazón demasiado vibrante, o tan solo se trata de ser rudo con uno mismo por solo aceptar el amor que se cree merecer. Dejarse llevar o pensar. Un dilema histórico que pone en juego a la razón, como en una tabla de ajedrez y la condena de cada movimiento que se deja ver a simple vista.
—Siempre te querré Julia —lo dijo tan suave e íntimo que ni el viento logró alcanzarla.
.
Mente fértil gc